I
Está prohibido vender pescado. La pesca deportiva es sin fines de lucro, aunque aquí todo el mundo sabe que se vende, que es para comer y para vivir. Pero a veces se ponen estrictos con eso y puedes tener problemas, te pueden quitar el carné y hasta decomisar el bote. Por eso hay que andar con cuidado.
II
La moto Ural, verde con sidecar, llega ronroneando al parqueo. El Jefe la apaga y se baja. Viste pulóver blanco ceñido, pantalón y botas de miliciano. No es militar, pero le gusta usar esa ropa para trabajar. Esta mañana de domingo la ha tenido que pasar en la obra para chequear y dejar algunas orientaciones. Entra al edificio y sube la escalera hasta su apartamento del tercer piso, donde lo espera su esposa.
—Mira a la hora que te apareces —le dice ella— están por llegar mis padres que vienen a visitarnos. Te dije hace una semana que consiguieras un pescado para cocinarles, en esta casa no hay nada.
En ese momento El Jefe se acuerda del dichoso pescado. Da media vuelta, baja las escaleras y vuelve a montar la moto Ural verde con sidecar. Arranca y se lanza loma abajo exclamando “¡Al Perché!”.
III
El pequeño caserío de pescadores está desierto. Amarrados al muelle de madera, los botes se balancean al compás de las olas luego de una noche de faena. Un anciano sentado en el extremo contempla el mar. El jefe se le acerca haciendo crujir las tablas bajo su paso.
—¡Oye! —le dice con la voz grave y fuerte de alguien acostumbrado a mandar— ¿Tú sabes quién vende pescado por aquí?
El anciano se incorpora, lo observa, repara en el pantalón, las botas de militar y la moto Ural verde con sidecar que ha quedado detrás. El Jefe lo vuelve a interpelar.
—Te pregunté si sabes quién vende pescado por aquí.
Finalmente, el anciano responde.
—Guardia, yo le juro que en toda mi vida no he visto a nadie vendiendo un pescado en este pueblo.
