Eugenio llega a la casa de Rolando. La puerta está abierta. Julia, escoba en mano, barre con desgano la sala.
—Buenos días, Julia, ¿tu esposo está?
—Hola, Eugenio, pasa. Está en la biblioteca tirando los libros abajo. Dice que se va a deshacer de todos ellos.
Eugenio entra a la vieja casona, va hasta la biblioteca y ve a Rolando que baja los libros del estante y los apila en el piso.
—¡Eh!, ¿te volviste loco, socio? Dice tu mujer que te vas a quedar sin tus libros.
—Así es, mi amigo. Ya los he leído todos más de una vez. Los guardé para mis hijos que se fueron del país sin abrirlos siquiera. Ahora, allá afuera, no leen ni un carajo y se la pasan en esa mierda del TikTok. Si te interesa alguno puedes llevarlo.
—Pero los libros siempre han sido tu tesoro más preciado. No puedo creer que vayas a botar esta maravillosa Enciclopedia Salvat —dice Eugenio tomando un voluminoso ejemplar.
—Bueno, los tiempos cambian y las personas también, incluso yo —responde Rolando con una sonrisa forzada—. Me decidí cuando vi una cucaracha deambulando entre las viejas carátulas.
—¡Ah, Rolando, las cucarachas están en cualquier lugar! Tirar los libros no va a hacer que desaparezcan. Mira —continúa Eugenio— el hombre ha puesto en peligro de extinción a grandes animales salvajes, pero no ha podido con otros aparentemente más insignificantes como la cucaracha. Esa criatura fue diseñada por la naturaleza como una máquina perfecta de supervivencia.
Rolando continúa bajando libros sin hacer caso de su amigo que sigue hablando mientras abre la enciclopedia.
—Mira, aquí está: «Habitan en todos los continentes, excepto en la Antártida. Abandonaron la naturaleza por una vida a la sombra de los humanos. Se esconden en lugares inaccesibles durante el día y su capacidad para detectar el más mínimo movimiento o vibración les permite huir ante la presencia de amenazas. Pueden alimentarse de casi cualquier materia orgánica, desde restos de comida hasta cartón, pegamento y heces. En caso extremo pueden recurrir al canibalismo, y de esa manera aseguran la supervivencia de al menos una parte de la población. Su velocidad de reproducción es mayor que la de casi todas las especies, lo que les permite desarrollar resistencia a los pesticidas en muy poco tiempo. Toleran amplios rangos de temperatura y humedad. Incluso se observó que las cucarachas sobrevivieron a la radiación después de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.»
Eugenio sigue leyendo con entusiasmo.
—¡No puedes tirar tus libros! En ellos está la sabiduría y te dicen que nunca podrás derrotar a este animal perfecto.
Rolando ha continuado, indiferente, con su labor. De pronto, al retirar un libro del estante, algo cae al piso y comienza a andar erráticamente. Rolando lo pisa con agilidad dejando escuchar un leve crujido. Al retirar la chancleta se observa una mancha marrón de vísceras desparramadas, seis patas y dos antenas, una de las cuales se mueve incesantemente, haciendo la ola con espasmos post mórtem.
Eugenio mira con desilusión el cadáver del insecto. La expresión de su rostro es una súplica silenciosa, un ruego para que el bicho que se levante y luche por su vida, honrando su leyenda. Pero el milagro no se produce. Finalmente, cierra la enciclopedia y la vuelve a colocar en la pila de libros.
—Está bien, amigo, bota tus libros —dice mientras se retira de la habitación—. Yo no quiero ninguno.
